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MEXICANAS ILUSTRES.

Por Anilú Elías Paullada 




Hace poco en estas páginas publicamos una brevedad sobre la historia de una mujer extraordinaria: Concha Michel.  Y en algunas ocasiones he comentado que el primer trabajo que me encargaron en la ciudad de México (1974 para Vanidades) fue una entrevista con doña Amalia Caballero de Castillo Ledón. 

 

Hoy buscando material para celebrar el Día de la Madre, en el compendio de FEM (revista feminista) encontré un interesante artículo sobre doña Concha y Doña Amalia, escrito por una extraordinaria amiga, de las primeras que hice en mi paso de 11 años por CDMX, Anilú Elias Paullada, inteligente, solidaria, culta, políglota.  Me atrevo a transcribir ese material, por su importancia.  Así se completa la Trilogía de mujeres y mamás. Segura de que lo van a disfrutar, el título original: (lep)

 

DOS QUE ABRIERON CAMINO

Por: Anilú Elías Paullada

“Yo he de haber estado de buen ver, porque el periodista aquel se me acercó y me propuso que visitara con él la ciudad, en lugar de reunirme “con todas esas locas”. Le respondí que no podía, porque yo “era la loca mayor”… Doña Amalia Caballero de Castillo Ledón ríe recordando aquella anécdota de su participación en la Asamblea que celebró en Líbano la Comisión del Status de la Mujer. Y, en seguida, otro recuerdo nubla sus ojos en mitad de una comida con el Presidente del Líbano, ese mismo día, echaron las campanas a vuelo.  Cuando ella preguntó qué se celebraba el Presidente respondió <hoy es un día especial: el reconocimiento del derecho de la mujer al voto. Reconocimiento que en parte se logró gracias a la intervención de la Comisión del status de la Mujer, creada en la ONU a instancias de doña Amalia Caballero de Castillo Ledón y de la cual era presidenta en ese año de 1948.

 

La visita a su casa fue para mi, como feminista, una sacudida emotiva, mezcla de satisfacción y tristeza: satisfacción al ver todas esas fotos y preseas que testimonian sus logros, tristeza por el amplio desconocimiento de su labor entre las mujeres de hoy.

 

Entre recuerdos y hermosos objetos de arte, apoyada física y moralmente en la solidaridad hermosa y cálida de su hija Beatriz, doña Amalia sigue contando:

 

“Mi mamá me acompaño en casi todas mis andanzas… cuando me recibían los reyes de Suecia, durante los años en que fui ministra plenipotenciaria y luego embajadora de México, ella me miraba y me sonreía luego decía: me acuerdo cuando eras chiquita, chiquita… 

 

Embajadora en Suecia, ganadora de 26 condecoraciones de 14 países, presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres.  La primera mujer que propuso que la ONU reconociera la igualdad jurídica para hombres y mujeres, primera mujer que tomara la palabra en el Senado de México, primera mujer en dar el Grito de Independencia en Dolores, Hidalgo; primera mujer miembro de un Gabinete Presidencial, el del Lic. Adolfo López Mateos que la nombró subsecretaria de Asunto Culturales.  La lista podría ser interminable no solo en cargos importantes sino en logros, recomendaciones, trabajos, campañas que beneficiaron a muchos.  Pero hay un aspecto de su vida que a todas las mujeres de este país no atañe: su lucha  por el reconocimiento de nuestros derechos civiles en México y en varios países de América Latina.

 

Doña Amalia cuenta cómo, al ser elegida en 1949 presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres (compitiendo nada menos que con Eva Perón), protestó ante el entonces presidente Miguel Alemán; habla de su lucha por la causa de la mujer en América Latina cuando en su propio país se le negaba el reconocimiento a sus derechos civiles.

 

Cuando habló con Adolfo Ruiz Cortines (candidato a suceder en la presidencia a Miguel Alemán) de este reconocimiento, la respuesta de él que tal vez habría desanimado a otra mujer menos acostumbrada a luchar por ella, la impulsó a una campaña nacional.

 

Cuenta doña Amalia que él opinó <la mujer realmente no desea el voto… Pruébeme usted lo contrario.  Y doña Amalia se lo probó. Fundó la Alianza de Mujeres de México, reunió a mujeres de todas las corrientes políticas y de toda la República y con ellas recorrió el país de lado a lado, recogiendo firmas hasta reunir  veinte mil, junto con mujeres como Aurora Fernández, Esther Talamantes y Carmen López Figueroa trabajó sin parar y así fue como el Lic. Ruiz Cortines anunció en su primer día de gobierno un reconocimiento muchas veces prometido, pero que solo la tenacidad de doña Amalia pudo hacer realidad.

Me costó trabajo irme de su casa. Hubiera querido seguir horas enteras escuchándola, viendo fotos, acariciando medallas y pergaminos.  Pero sobre todo oyéndola decir, con la voz apenas audible por la emoción que no siente tristeza de que su lucha se desconozca tanto así que a nadie se le ocurrió invitarla al Año Internacional de la Mujer en 1975; su hija Beatriz tuvo que ir a pedir invitación para ella.  Tampoco se hizo una ceremonia especial para ella, no se le dio una medalla ahora que la ANFER celebró en abril los 30 años del reconocimiento de los derechos civiles de la mujer en México.  Ella dice que le bastan sus recuerdos, que volvería a luchar por la mujer si tuviera fuerzas a pesar de sus 85 años.

 

                                                                DOÑA CONCHA MICHEL

 

De su hermosa casa en el Pedregal de San Ángel, recorrí la ciudad hacia otro barrio menos lujoso, pero no con menos sabor: Tacubaya, en un multifamiliar del ISSSTE, vive doña Concha Michel, otro ser humano bellísimo, otra experiencia imborrable.

 

Guitarra en mano, con su voz de contralto aún vigorosa a pesar de haber nacido antes de este siglo, doña Concha Michel entona un corrido compuesto por ella:

 

…¡Qué bonita Trinidad!

¡Lástima que sea de machos!

…Sólo que por un milagro,

Vayan a parir muchachos…

 

Con un valor que la edad y múltiples problemas recientes de salud (una doble operación del vientre hace pocos meses) no le han quitado, doña Concha me cuenta su visita a Moscú en 1932.

“Después de haber ido todas las tardes al Kremlin a reunirnos con las mujeres del Komintern que nos iban a indoctrinar sobre la situación de la mujer, yo les dije: Mmm, pues están ustedes amoladas, aquí es igual que con los frailes, puros dogmas… y consignas.

 



Entre plática y plática, va corrigiendo pruebas del libro que está por publicar: México en sus Cantares. Es su cuarto libro. Yo tengo el más conocido: Dios-Principio es la Pareja. Me lo regaló hace cuatro años, cuando mi grupo les hizo un homenaje, a ella, a doña Amalia y a varias otras mujeres que nos han abierto el camino.  Me ofrece un plato de pollo con quelites que guisó esa misma tarde, Me quedó muy rico, dice mientras busca una letra para cantarme la canción:

 

Oyes, oyes, oyes…

Parece que no oyes nada.

No serás el primer hombre

Que yo mande a la ……

 

Se ríe pícaramente por no completar la frase mientras su nieta Citlali, su admiradora y compañera, la ve con amor, tocando la guitarra ella esta vez.  Ireli su bisnieta (Vivir en purépecha) nos ofrece, mientras tanto, una tacita de té.

 

Prosigue doña Concha: “Pues sí, yo les dije a esas mujeres de Moscú que los problemas de la mujer no se resuelven con la dictadura del proletariado. Me contestaron que cuando le habían dicho eso a Lenin, él les respondió que tenían razón.  Pero luego el cabrón de Stalin, a ese no le interesaban los problemas de la mujer.  En fin, cuando regresé a México, fui al Partido Comunista y les dije: “traigo aclarado el asunto de las mujeres”. Pero ellos seguían las directrices de la Tercera Internacional y ahí nada se decía de las mujeres, ellos seguían con la lucha de clases.  Me decía Hernán Laborde: “Yo creo que el problema de la mujer no es un problema de estructura, sino de superestructura… al acabar con el capitalismo, por sí mismo se resuelve el problema de la mujer”. Yo le dije que no, el problema de la mujer es la organización de la vida.

 

Doña Concha viste siempre de tehuana. Nació en Jalisco, pero muy chica se fue con su familia al Istmo de Tehuantepec.  Luego se fue a Guadalajara, al Conservatorio, a estudiar ópera bajo la dirección del maestro Pierson.  También estudio en el Conservatorio de México y cantó en varias óperas importantes porque su voz era considerada única de contralto absoluta. Cantó el papel de Ulrica en Un Baile de Máscaras y el de Suzuki en Madame Butterfly.

 “Luego lo dejé todo por la Revolución; me pareció más interesante ir a ver qué decía el pueblo.  Y me gustó.  Empecé a componer corridos y a recoger canciones por todo el país.  Ahí están en mi libro, usted las va a ver. Ya va a salir pronto…”

 

Le pregunté por su lucha por la mujer, por sus años en el PC, en el Frente de Lucha Femenil por el Gobierno Dual.  “Yo siempre he luchado por la mujer. Como maestra desde 1926 entré a las misiones culturales. Trabajé con mujeres como Cuca García, También con María Rocha que tenía una organización de mujeres.  Pero mire usted, la mujer no puede recibir igual salario por igual trabajo, ¡que pongan a parir a los hombres y entonces hablamos de igual trabajo! Si la mujer nutre a la criatura con su vida. Mire, allá en Rusia en la época de Stalin hubo muchas casas de cuna, para que las mujeres se fueran a las fábricas a trabajar y hubo una mortandad enorme. Yo propondría un Consejo de Hombres y Mujeres integrados en Armonía… Ahora bien, el hombre no está haciendo una concesión al reconocerle a la mujer sus derechos. ¡Él los usurpó! Apenas se los está reintegrando”.

 

Sus anécdotas llenarían libros.  Me cuenta de su amistad con Tina Modotti y también de su cariño por Lupe Marín, esposa de Diego Rivera. Lo malo, cuenta doña Concha, es que era tan celosa que por culpa de Tina, ya quería matar a Diego.  “Yo te ayudo, le dije, para que no sospechen de ti. Mira, tu lo llamas a la cocina y yo lo espero con la mayo del metate para pegarle en la cabeza, luego lo enrollamos en un petate y lo tiramos por ahí”.

 

Pero llegó Diego, besó a Lupe y a ella se le quitó la furia.  Doña Concha se quedó horas esperando en la cocina para asestar el golpe hasta que  Lupe llegó a decirle que siempre no.

 

Doña Concha no ostenta preseas ni medallas.  Hojea sus fotos, también las páginas de sus libros pasados y el que está por nacer.  Sus hazañas, sin embargo, también son enormes, bellísimas, valientes.  Podrían llenar un enorme libro con la historia de la mujer para abrirse paso en el mundo patriarcal. No obstante, hace unos meses, tuvo que pelear ante Cuauhtémoc Cárdenas un aumento de la ridícula pensión que recibía por más de 30 años de maestra. Vive rodeada de cariño, de la admiración de sus familiares, pero nada más. Ni lujos, ni antigüedades, ni reconocimientos. Tampoco los echa de menos.

 

“Siempre luché y seguiría luchando. Por eso escribo corridos.  Mire, en Chapingo, Diego nos pintó a Lupe y a mí: ella es la tierra y yo el agua”.

 

Como la tierra, como el agua, las dos son vitales, humanas, fuertes. Doña Amalia con su sobria elegancia, inscrita en la lucha dentro de organismos internacionales, revolucionaria desde el interior del sistema; Doña Concha con su traje típico, con su rebeldía y su crítica a la izquierda, luchando desde el interior de sus inquietudes.  Sin más partido en su fuero interno que el de las mujeres, las dos.  Dos extremos aparentemente; la vieja historia de que las mujeres podemos estar divididas por las diferentes clases a las que pertenecemos,  por conceptos que no inventamos que sólo padecemos. La vieja mentira que ya debíamos entre todas hace trizas.

 

Ellas abrieron con su lucha la brecha que hoy es camino.

Ellas nos hicieron posible hablar porque arrebataron la palabra que había sido negada a las mujeres.

Y no tienen un parque, una calle, un callejón que lleve su nombre. Peor aún, no tienen siquiera un pedacito del recuerdo de todas las mujeres que tanto les debemos.

 

 

 


 

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