YA DESCANSA EN PAZ
El pasado 20 de mayo la feligresía católica tijuanense fue conmocionada con la dolorosa noticia del fallecimiento de Mons. Salvador Cisneros G. quien desde 1970 llegó a Tijuana de su natal Morelia, aceptando la invitación del entonces obispo Don Juan Jesús Posadas y Ocampo para nombrarlo rector del Seminario Diocesano, en donde estuvo 19 años, como responsable de la formación de sacerdotes.
Apreciado en distintos ambientes de esta ciudad en la que estuvo como párroco en la Iglesia Estrella del Mar y luego en Sta. Teresa de Ávila. Catedrático en UABC, Universidad Iberoamericana y CETYS Universidad, también escribió en distintos periódicos; en ZETA durante algunos años. Amigo personal de quienes estamos a cargo de RED SOCIAL, siempre respondía a las peticiones de colaboraciones especiales. Ofrecemos un artículo -que sigue muy actual- publicado en el ejemplar 187 de agosto 2014. Titulado por él:
REFLEXIONES SOBRE LOS VALORES HUMANOS
Por Mons. Salvador Cisneros G.
Tijuana vive cada día la aventura de quienes, desde lejanas tierras, llegan a esta ciudad para iniciar una vida nueva, para buscar horizontes de futuro, para realizar sueños y esperanzas. Traen consigo una historia y una cultura rica en experiencias y tradiciones, que hunde sus raíces en la entraña misma de nuestra patria.
Esta ciudad sorprendente y extraordinaria ha sido edificada con esperanza y con dolor, con la fuerza del amor y la fatiga de los hombres y mujeres que han destacado en los múltiples ámbitos de la cultura humana. Tijuana ha sido generosa en la filantropía y en la promoción de sus habitantes. Es aliento que impulsa el desarrollo de nuestra región y de nuestra patria.
Los graves desafíos se han venido precipitando en los últimos tiempos. Hemos vivido años violentos en los que el horror y la injusticia parecen adueñarse de nuestra ciudad, intimidando, secuestrando y asesinando a hombres y mujeres.
Este entorno contrasta con el animo de una población que ha crecido bajo el signo de la esperanza y del esfuerzo y en la que han florecido las grandes manifestaciones de la cultura y de los valores humanos. El desafío parece insuperable porque hunde sus raíces en una problemática global. Representa la suma de conflictos y de desequilibrios del mundo en que vivimos.
Pero sus consecuencias son gravísimas. La violencia que nos inunda fragmenta y divide nuestra sociedad, confronta y aísla a muchos de sus habitantes; desalienta y desmoraliza, corrompe y destruye valores esenciales que fundamentan nuestra identidad y nuestro desarrollo.
Ante esos desafíos enormes, ¿cómo no recordar el papel que les corresponde a aquellos grupos y personas que se esfuerzan por aportar soluciones y abrir espacios de diálogos y de intercambio?
Urge una respuesta profunda, convincente y definitiva. Se trata de recuperar no solo una ciudad sino a cada uno de sus habitantes. Se precisa no únicamente de un esfuerzo moral, sino de una revaloración del ser humano y de su trascendencia. De su dignidad, su verdad y su libertad. Recuperar al Hombre y sus valores. Y al mismo tiempo rehacer, con cuidado y paciencia, con inteligencia y audacia, el tejido social que se funda en la autentica solidaridad y en el respeto de cada ser humano.
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