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Editorial septiembre 2022

Festejemos



Hay un documental que cada buen mexicano lleva en el alma. No se captura en ninguna plataforma de entretenimiento ni está en el internet. Las imágenes del México que amamos fueron cultivadas por nuestras buenas familias y abonadas en la escuela por los mejores profesores que tuvimos. Esas imágenes resuenan y se mantienen vivas en todas las dimensiones espirituales de que somos capaces: nuestros recuerdos, nuestras canciones, nuestros paisajes, y en todas las grandes alegrías que hemos vivido juntos. Son siempre un vivo proyecto de amor y de grandeza que permanece con nosotros, soñando también con el futuro. Siempre la llamamos Patria.

Si queremos buscarla en la poesía hay que abrir la Suave Patria, de nuestro poeta más grande que es Ramón López Velarde. Ese gran poema empieza reconociendo que eso que amamos vivamente como nuestra Patria es una Epopeya: “una narración extensa de acciones trascendentales o dignas de memoria para un pueblo”. Y en el caso de México esa narración inmensa está integrada por recuerdos de heroísmo, cuenta con alegrías intensas, pero también con dolor y con tristezas porque las injusticias cometidas contra esta suave Patria no se podrán nunca olvidar.

Y sí, nuestra patria es “impecable y diamantina”. Pero, en realidad no hay palabas que puedan alcanzar la altura del amor con que la amamos. Por eso López Velarde empieza a describir sus selvas, las risas y los gritos de sus muchachas y como trabajan la madera los pájaros de oficio carpintero. Su superficie es el maíz y sus minas el Palacio del Rey de los Oros. Su cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros. En ella siempre está presente el Niño Dios y el establo del pesebre en que nació. Resuenan las campanadas armoniosas de sus templos que caen como centavos. En ella, aún es grande su mutilado territorio, y sus trenes se ven en él, como aguinaldo de juguetería.

La mirada que tiene la Suave Patria es una mirada de mestiza capaz de enamorar los corazones y encender la noche de alegría como sólo saben hacerlo sus fuegos artificiales. Ahí están siempre sus festines y el aguamiel de una briosa raza de bailadores del jarabe. Está su plata contrastando con la miseria de nuestras alcancías. Está llena de compotas y es siempre alacena y pajarera. Y tanto al triste como al feliz, esa Patria les dice siempre que sí y sus truenos y aguaceros son como la ruleta de la vida de un poeta.

Finalmente alaba a Cuauhtémoc, único héroe a la altura del arte y a San Felipe de Jesús, el franciscano mártir de los mexicanos. E invoca a que esa suave patria se mantenga siempre igual a sí misma, como es la misma el ave taladrada en el hilo del rosario, y que es más feliz que tú, Patria suave. Conserva siempre tu Trigarante faja y los tronos a la intemperie...

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