Beneficencia Privada: ¿Respetada, manipulada o abandonada?
Una buena Ley de Beneficencia ha de ser respetuosa de la autonomía de gestión, autogobierno y vigilancia de los consejos de las Organizaciones de la Sociedad Civil dedicadas a socorrer a los más necesitados porque, de alguna manera han sido abandonados por la sociedad. A la pregunta clásica ¿De quién son los pobres? Las respuestas tienen que ser: De ellos mismos, porque Dios los hizo libres e inteligentes. Pero en la escala del cristianismo, San Pablo dice que todos los Hombres somos de Cristo y Cristo es de Dios.
Al mismo tiempo que esa respuesta de fe, para los que libremente la profesamos, está la otra respuesta también muy humana y elementalmente ética: Los pobres son de todos. Todos tenemos grave corresponsabilidad de ellos; todos tenemos, al menos, pecados de omisión respecto de ellos en este mundo injusto. Todos somos responsables: algo hemos dejado de hacer para evitar cualquier dolor que es evitable y que tiene repercusión en la vida social de cualquier pobre. Todos somos corresponsables con todos y de todos.
Es claro que estamos hablando no sólo de pobreza alimentaria o de salud o de satisfactores materiales; de nuestras más elementales necesidades que algunos llaman casa, vestido y sustento. Estamos hablando también de la pobreza espiritual: de la falta de educación o de cualquier estructura injusta que impide que florezcan en cada uno de nosotros las potencialidades para trabajar y descansar con dignidad; para poder salir hacia la belleza, hacia el bien y hacia la verdad y unidad de todos; de poder conseguir, con el propio esfuerzo de cada uno, todo aquello que nos perfecciona y eleva en nuestro ser de personas.
Pero refiriéndonos específicamente a las Organizaciones de la Sociedad Civil que están dedicadas al bienestar material más elemental, porque combaten las injusticias y dolores que causan el hambre, el abandono, la falta de salud, de vivienda, de satisfactores elementales y de trabajo, hay dos extremos que es urgente evitar tanto en las leyes como en las prácticas sociales: Es deber nuestro siempre, someter exigentemente a la crítica de si son legítimas y justas las leyes y las prácticas sobre esta materia y de si están adecuadamente dirigidas al bien común, a la felicidad posible en este mundo de todos los que convivimos en una Nación.
Son, por lo tanto, dos cosas que debemos evitar a toda costa:
1º El descuido y abandono total que las leyes o las prácticas pueden hacer de la profesionalidad y de la seriedad que deberían tener las asociaciones. En especial, las que dicen proteger a los más desamparados: los viejos, los niños, los enfermos, los adictos, aquellos que cuentan con capacidades disminuidas o diferentes, etc.; y,
2º Mal que deberíamos impedir a toda costa: la falta de respeto a la legítima autonomía de las asociaciones que, sirviendo bien y con los mínimos legales de profesionalidad a los más desamparados, deben contar con redes, consejos y juntas autónomas que les permitan dialogar cara a cara (con transparencia) con los gobiernos a los que, aparte de exigirles transparencia y políticas públicas adecuadas para superar entre todos las injusticias y carencias que siempre se encuentran en la sociedad, deben tener sus propios órganos elegidos con respeto a la democracia.
“Ni tanto que queme al santo”: Que el gobierno quiera cooptar, manipular, re-dirigir, avasallar e imponer su puro arbitrio, dando dinero solamente a quienes les conviene y se pliegan a sus conveniencias electoreras o vanidosas. “Ni tanto que no lo alumbre”: El Gobierno no ha de abandonar, ni en leyes omisas e insuficientes, ni con prácticas indiferentes, al bien común: Por ejemplo, que un orfanato, un asilo, o un hospital psiquiátrico o asociaciones dedicadas a la rehabilitación de adictos, carezcan de higiene, de recursos elementales, de responsables mínimamente aptos, que sean meras simulaciones para obtener subvenciones y que carezcan de la reglamentación más elemental para dar servicio, de tal manera que se ponga en grave peligro a las personas a las que se dice querer servir, ya sea gratuitamente o cobrando costos de recuperación.
El amor auténtico por los pobres; es decir, la motivación de nuestras organizaciones, debe canalizarse a la mayor profesionalización posible de los servicios que prestamos, lo que requiere preparación, inversiones y voluntad de organizarse bien. El Gobierno ha de ser un vigilante respetuoso junto con los organismos propios y autónomos que deben reconocerse a la beneficencia privada y a las organizaciones dedicadas al desarrollo social. Las asociaciones han de tener sus consejos auténticamente elegidos bien a las que deberá apoyarse y respetarse su aspiración a la verdadera democracia.
GOBIERNOS:
¡Absténganse de seguir manipulando e invadiendo y estorbando la legítima autonomía de las organizaciones!
PARTIDOS POLÍTICOS:
¡Manos fuera, absténgase de ensuciar la autonomía democrática de las Organizaciones no lucrativas!
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