Populismo es palabra de moda cuando de lo que se trata es de desprestigiar a aspirantes y a programas de gobierno. Como toda palabra, populismo, puede entenderse de una manera positiva o, en el caso de querer desprestigiar, justa o injustamente a alguien, la palabra se entiende usada en sentido peyorativo.
Cualquiera entiende que no todo lo que es popular tiene, por fuerza que ser algo acertado. Populares son ciertas malas modas y muchas malas costumbres. Nadie lo discute. Pero, por popular, se puede considerar también aquello que el pueblo entiende como un medio para alcanzar su propia realización o la relativa felicidad que se da viviendo juntos en una sociedad.
No nos referimos pues aquí a la genuina popularidad de las medidas que procuran al pueblo mejores trabajos, mejores salarios, mejor vivienda, mejor transporte, mejor salud o mejor educación. Por populismo aludimos aquí a esas apariencias que tanto gustan en la propaganda y que son puras apariencias para engañar a los tontos.
Hemos constatado, con gran tristeza, cómo los gobiernos están practicando hoy ese populismo negativo que tanto daña a nuestra Patria porque significa quitarles oportunidades y dinero a los más desamparados para gastarlo en pitos y flautas. Y no hablamos sólo de gobernantes ladrones de los que tenemos en México tantos ejemplos hacia 2017, hablamos de gobiernos torpes, ciegos, infamemente tontos porque ni siquiera se dan cuenta de que lo son. Se llama la suya ignorancia supina: ignoran que ignoran.
Una palabra más acomodada para nombrar lo que hacen sería esta: populacherismo inconsecuente. Y éste se da cuando a un gobierno municipal o estatal lo que le importa son las apariencias y no las realidades. Como carecen de programa auténtico de gobierno que administre los dineros con el alto fin de ayudar a resolver los problemas más graves, se dedican al populacherismo.
He aquí unos ejemplos que, esperamos, no resulten un saco que le quede a la medida a muchos:
1.- Mi gobierno da comidas a las madres, invita a ocho mil y las lleva a un lugar apantallante, les gasta en grande. Pero no tiene un programa efectivo para invertirlo en las familias que literalmente mueren de hambre en los arrabales. Mi gobierno imprime cuadernos a todo lujo para fotografiar sus desfiguros y pondera esos convites.
2.- Mi gobierno gasta cuarenta y cuatro millones de pesos anuales del dinero público para darlos a una fundación privada millonaria que ni siquiera le rinde cuentas. Quita ese dinero a las OSC dedicadas a mantener asilos, orfanatos, instituciones de caridad para los que más necesitan: ese dinero va a la prioridad de su propio capricho. A mi gobierno le interesa quedar bien, mejor con esa Fundación famosa y no con quienes trabajan bien para sacar de la miseria y del desamparo a los más necesitados para los que esas instituciones trabajan hace treinta, cuarenta y hasta cincuenta o más años.
3.- Mi gobierno se niega a aumentar la inversión en el desarrollo social y en la beneficencia pública y privada, pues prefiere los grandes acarreos para incrementar el voto. Ya circulan las tarjetas “de ayuda” que sólo serán cobrables si mi partido gana las elecciones.
4.- Me gasto el dinero destinado a las OSC en partidas para que el DIF haga convites, o fiestas o inversiones o desfiles. Mis favoritos son los museos e instituciones privadas de los ricos.
El lector más inteligente y mejor observador que este editorialista, podrá poner otros ejemplos aún más escandalosos e indignantes del populismo que se practica desde los gobiernos con quienes nos tocó vivir…
Publicado originalmente en Gaceta #205 julio del 2017.
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