¿Cuáles son mis derechos?
Está de moda inventar derechos inexistentes. Hay mucha ignorancia sobre lo que realmente son. Hay quien los confunde con caprichos. Y, por supuesto, no lo son.
Se dice pues, con razón, que los verdaderos derechos –que no caprichos- deben ser respetados y que en esto radica la paz. En la vida diaria todos deberíamos cumplir aquellos deberes personales que hacen posible que uno mismo y todos los semejantes con quienes convivimos puedan gozar sus propios derechos. Y hay una escala de valor más alta que se refiere a los derechos humanos fundamentales. Si todos respetáramos los derechos propios, los de los otros y los del Estado, es indudable que podríamos gozar de las ventajas que se derivan del orden, de la paz y, en general, de lo que se llama “el bien común”. Todo esto produce y es consecuencia normal de ese respeto. Ahora bien, si ese respeto se hace por poseer uno la virtud de la justicia y a esta virtud le acompañamos de la inspirada por el amor a Dios, por sobre todas las cosas y por el amor al prójimo, tal como se debe amar uno mismo, podremos entonces responder cabalmente a la misión que todo ser humano a su propia perfección y felicidad, tanto temporal como eterna.
Pero ¿qué es lo más mío de mí y del prójimo que estoy llamado a respetar como un derecho? Pues se trata, en primer lugar y nada menos, de algo que me pertenece por el sólo hecho de haber nacido. Y espero que aquí no incluya el lector primero sus cosas materiales y luego su necesidad de verdad, de bien, de belleza, de justicia, de amor, de la libre corresponsabilidad para la que todos hemos nacido y da sentido a nuestras vidas. Estas necesidades espirituales deben fundarse en convicciones profundas. Ya luego vendrán nuestros derechos sobre las cosas que realmente necesitamos pero que son sólo un medio con que tenemos que contar para hacernos mejores personas. Las cosas nos son necesarias y útiles para realizar nuestro destino espiritual. Y confío en que en esto coincidamos con la convicción que repetía El Quijote a Sancho respecto, (por ejemplo), de la libertad: que por ella ha de sacrificarse, si es preciso, incluso la vida.
Pero siempre queda la posibilidad, en esta sociedad de consumo, materialista, acomodaticia, frívola, individualista, que nos pronunciemos primero por “mis cosas”, así no sean tan necesarias, por “mis caprichos” que no por la vida o por la libertad misma, por ejemplo. Hay quienes están viviendo primero para gozar de muchas cosas, más que para perfeccionar a su persona misma y a su familia y a las comunidades de que forman parte.
Y, ¿Cómo puede explicarse en forma muy clara y muy breve lo que es un derecho subjetivo?
Pues es una potestad moral –un título- que yo tengo a una conducta; un fundamento para mis actos como persona libre y responsable que soy; como persecución y realización del bien moral; es decir, de aquello que me perfecciona como humano. Fijarse bien que no se ha dicho que se trata de cualquier “interés” ni menos de un capricho cualquiera. No es hacer lo que “me nace o a se me antoja” sino lo que me conduce a ser mejor persona.
Claro está, aunque se enojen algunos, el primero de esos derechos, ya que estoy en camino de nacer, es precisamente el derecho a la vida: a que me dejen nacer y no me sentencien a muerte dentro del vientre mismo de la que ya me concibió en su seno. Claro está que reclamamos la libertad de todos para poder decidir el sentido y el valor de su vida sin que otros le quieran imponer algo que no brote de su responsable, sensata y empeñosa decisión. Por eso estamos hablando, en este caso aquí, de la libertad religiosa: de poder decidir sobre si tener o no una religión y cuál ha de ser ésta y, una vez decidido esto, poderla vivir tanto en lo privado como también públicamente con el respeto de todos, empezando por el respeto a esa libertad por parte de los Estados y gobiernos.
En fin, siguen derechos fundamentales como la alimentación, el trabajo, la salud, el tener la protección y el acceso a la justicia, seguridad social y hasta el de que nuestros nietos puedan habitar en un planeta ecológicamente equilibrado y con posibilidades ciertas de poder obtener alimentos suficientes. Somos los humanos los que tenemos el DEBER de cuidar y no de maltratar a los animales y somos todos y el Gobierno quienes tienen el derecho a exigirnos el cumplimiento de tal deber. Sólo puede tener sentido que se exijan derechos y deberes a los seres inteligentes y con voluntad libre que somos las personas. Por eso los animales no pueden tener “derechos”, nitampoco podría tener sentido que le dijéramos a nuestro “dogo” más querido: “tienes el deber de obedecerme en esto y en aquello”
La intención de este editorial no ha sido hacer una enumeración completa de los derechos humanos fundamentales. Para ello podríamos que consultar nuestra Constitución política mexicana y el Tratado de San José de Costa Rica que enumeran casi todos los derechos humanos fundamentales. Podríamos también consultar los tratados de Filosofía del Derecho y hasta los Tratados de Teología que fundan esos derechos en ese Padre Bueno que tiene que existir más allá de las estrellas, parafraseando un poco el Himno a la Alegría de Schiller que se canta en la novena Sinfonía de Beethoven.
Nota. En memoria del Lic. Javier Prieto Aceves (QEPD) seguiremos presentando editoriales que firmo como el Lic. Vidriera y que aquí se publicaron durante más de 24 años. Son reflexiones intemporales. Este editorial se publicó en Febrero 2014 Red 182.
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